“Muchas veces citamos a Leonardo, que amó los viejos muros. Pasado el tiempo, los amó también Silvia, y amó la olla de terracota tiznada por el fuego, y los veleros de un mar mineral, marcado por la herrumbre de esa niebla que llamamos memoria. Años después entraron rostros en su obra. Creo que vienen de una pared antigua en una isla griega. Llegaron en un velero, y hechos de sal mediterránea, quisieron nacer de nuevo de la mano de Silvia.
Ricardo Lindo, 1988, San Salvador